Sin título

No oler es como no sentir, y para mí, no sentir significa, con sensación de deshonra, no ser.

Parece que el grueso de mi memoria y del erizado de mi vello son avivados por el sentido del olfato. Después de extirpada mi pituitaria me he vuelto cartón piedra, figurante ante tus párpados, una verdadera actriz ante cada escena. Ante los fogones, tras la puerta del baño, en la penumbra de la cortina... Doy pasos falsamente dubitativos, dibujando a posta las huellas en el suelo para que parezca que avancé a cada pisada, para que sigas la historia de amor tras de mí, pero sin mí. En el fondo pienso que en esa esquina, donde mi vista no alcanza, tras la peonza, el casco de moto y la banderita de Asturias, hay una cámara oculta. Todo esto no es más que un espectáculo, y yo me vuelvo diva de mis propias miserias. Arrastrándolas y pretendiéndolas hacer bellas para que al menos tengan un sentido.

Las miserias, te digo aquí y ahora, son todo aquello que nos despierta del sueño. La primera vez desperté con un "No, porque lo digo yo". No recuerdo las siguientes, no las recuerdo porque ya parece que se escriben solas, sin mi supervisión, y nutren una biografía no autorizada que alguien debe estar escribiendo en otro blog, en otra realidad donde yo no sea economista, ni sepa de tramoyas.

El despertar de hoy consistió en un estornudo y un pañuelo tieso. Ahora sigo despierta, lamentablemente despierta. Y no sueño. Cierro los ojos y no sueño. Recuerdo y no consigo llegar al trance que me hace volar. Esta miseria sí que está siendo grande, como la nube que hoy quebró sus fauces sobre mi cénit.
Pasarán las nubes, dice el señor de corbata y mando a distancia. Pasarán y dejarán dinero en los campos y comentarios en la boca de los viandantes. Pero el olor no es el mismo antes y después de pasar cada nube. Aunque esto, como te decía antes, no lo sé, ya que sigo sin olfato.

Te miro, levanto el petulante índice, arqueo una ceja y aseguro en actitud osada que algo sí sé, a pesar de mi nariz acartonada: no soy la misma que antes de llover. No sé si ahora se me han bajado los humos, y he dejado de arder, o si al contrario, me arde el alma a través de estos dedos que teclean. Tic tac tac tac tic. Qué rápido escribo ya. Como si hiciera falta hacerlo tan rápido en cada ocasión. Cuando quiero ir más lento me cuesta. Debo hacer un acto consciente de deceleración, y me veo absurda. Tic.....tac..... tacccccc...
Decaen las teclas y caigo yo detrás. Mirándome sólo los nudillos, preguntándome si algún día los rascaré contra una pedregosa pared con algo de musgo mientras camino rápido hacia algún horizonte.
En ese caso, ¿qué son estas teclas? ¿Un entretenimiento? ¿Una práctica de mecanografía? Tal vez sean un paso previo a destrozarme los nudillos.

Si esto fuera necesario los convertiría en pura sangre desencajada desde mis huesos. Si tuviera que quedarme sin nudillos, sin rodillas, sin codos... Todo eso lo arrojaría aquí y ahora contra esa pared. Buscaría una pared así por cada jardín parisiense. si fuera necesario. Todo, digo, con tal de llegar al punto previo, al principio del arco iris que llevo buscando durante todo el largo de mi cabello.

Me dijiste que tú darías el alma por descubrirme ese principio y ese fin - son lo mismo - pero veo que no puedes, porque soy yo la buscadora, y la que debe encontrarlo. Soy yo, yo la que nació un viernes. y lo siguiente que recuerdo es una tarta con tres velas y la pata de una cama. No quiero señalar a nadie, pero justo en ese momento llevabas cuatro días levantando el índice.

El índice, uno de los que ahora dibujan mis miserias, me dice que, con el tiempo, las arrugas borran mi identidad, porque la surcan y la reconfiguran. Me identifico con nuevas rojeces de nariz y de ojos, y sigo frunciendo el ceño, conteniendo hipidos porque no lo encuentro. ¡No lo encuentro!

Buscar es un tormento que no he conseguido aprender a abandonar. ¿Lo sabes tú? Quiero abandonar la búsqueda. Relajarme y disfrutar mientras mis pies cuelgan del tejado. Dejar de mirar hacia abajo y de avisar de mi proximidad y fijarme en la belleza del cielo que me contiene. Sí: lo que ya sabías. El cielo comienza a partir del término de nuestra piel, a partir del aire que nos rodea. Y no termina hasta que termina el alcance de nuestra vista. Ya está. Una pista más, y no he necesitado buscar para encontrarla.

Tal vez algo haya aprendido después de tanto viajado alrededor del Sol.

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