Siempre comienzo a construir la casa por las mantas, porque al principio suele estar fría, y aún no hay nadie que esté dispuesto a paliarme la tiritera de la novedad en una casa vacía y sin decorar. Puede que luego siga con las alfombras y con las zapatillas de estar por casa, que suelen ser de peluche. Hasta que me hago a la nueva casa, me tumbo bajo las mantas, y después me pongo las zapatillas sobre la alfombra y empiezo a inspeccionarla. Las paredes al principio son blancas y desnudas, pero con el tiempo comienzan a acumular colorines y tal vez un piano.
¿Cuántas casas me habré construido ya? Esta noche me he dedicado a contarlas con los dedos de la mano... Voy por la décima. Y siempre me veo poniendo y quitando chinchetas, desperdigando bragas por los tendederos y guardando fotografías para no olvidar la última casa a la que le puse lo cimientos.
Esta noche desmantelo la última que estoy deconstruyendo. Mi alfombra, mi manta y mis peluches de pies ya se están despidiendo. Lo cierto es que cada vez tengo menos equipaje. Importan tan poco los objetos después de diez casas... Y siempre vuelvo al hogar familiar, donde casualmente nunca tengo que ir con la bola de demolición, porque siempre se erige inamovible y hospitalario, a recoger mi rabo entre las piernas y mis orejas gachas.
Hoy he vuelto a la casilla de salida, o a la casa de la que salí. Otra vez.
0 comentarios:
Publicar un comentario
¿Qué opinas tú?