Un día, una gárgola de piedra le dijo a otra:
"-Hermana, nuestro
creador vive furioso y enajenado, pasea pateando las calles, ofendiendo al
inocente, atacando al justo, enfrentándose a su hermano, arrinconando al débil,
blasfemando ante todos sus dioses, jactándose de su violencia, manchando la
Tierra y el aire. ¿Qué le está sucediendo? ¡Oh, hermana! ¡Te imploro una respuesta
sabia!”.
La otra gárgola le contestó:
“Hermana, han pasado
los siglos desde que él nos creó, nos ha olvidado a nosotras y nuestro objeto.
Tiempo ha desde que nuestro creador dejó de mirar hacia arriba. No nos reconoce
ni nos teme, y peor: cree que no debe temernos.
Es hora, pues, de que
le recordemos una de las supremas Verdades, que es ésta: todo lo que sube, si
se socava, acabará por caer”.
A la mañana siguiente el noticiero rezaba así:
“Gárgola de San
Eutiquio se desploma a los pies de un ciudadano armado”.
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