Para darme cuenta de que tus aguas son algo más que azul radiante, tuve que moverme con sigilo, entre las posidóneas y los albatros inmóviles que se recortaban contra el horizonte lleno de calima. Me he mecido por las carreteras de tu parte baja, no tenía medios para llegarte arriba. Y me gustó. Me agradó verte retumbándome en el estómago, con tu ritmo, tus caderas, tu música ensordecedora y los dos adornos de navidad que te colgaban y que al final me llevé escondidos en mi abrigo. Cuando se viaja en avión hay muchas clases de equipaje que sobran y han de quedar atrás.
Te has comido todo mi emperador, yo lo probé, pero me decanté más por el arroz negro. Con él voy tiñendo la península según la atravieso. Te has bebido el agua de mi florero, pero yo me he bebido todas las copas que dejabas en las barras, bailando, robándotelas mientras tú te distraías con las gogós. Quién fuera maniquí móvil para verlo todo desde arriba y no bajar nunca de las nubes rojas que se ven desde la salina.
No olvidaré nunca las nanas que me susurrabas al oído, una, otra y otra vez, te repetías, pero me habría quedado allí entrecerrando los ojos por las penumbras blancas de tus callejones, angostos y sugerentes, aún por explorar, imposibles de captar por mi cámara, pero no por los pelos de mi nuca. Llevan erizados desde que te desayuné tendida sobre la arena, entre las piñas y mis amigas, entre galletas francesas y procesiones fuera de lugar.
Quedé con ganas de más, de todo lo que me dabas y de lo que me enseñaron de ti. Guardo una entrada para atravesar gratis tus murallas de nuevo, tal vez sentarme de nuevo sobre ellas, con una pierna hacia el barranco y la otra plegada entre tu y yo.
Y ahora respira, estírate, cierra los ojos, date la vuelta sobre la almohada y soñémoslo otra vez, como si fuese posible de nuevo.
PD. Dedicado a las mis nenas.
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