Una tarde cualquiera explotaron las puertas de los hogares
y cada paisano salió a la calle.
Desde entonces se expande por los baldosines, sin posibilidad de vacío.
El goteo de almas y miradas alimenta la voracidad de las terrazas.
El pintor callejero sigue grabando cada muro.
El mobiliario urbano cobra su sentido,
Los caminantes se chocan con sus prisas.
Bongos, quejidos telefónicos, tunos y despedidas de...adiós...
Dentro de los muros, en el útero de la Ciudad de Piedra, la Verdad sigue siendo atronadora.
Ella, ajena, sigue gestando.
Ella sigue creando pretéritos,
al ritmo del libar de las abejas,
oscura como Sus entrañas antes de abrirlas.
Su sosiego: escalofriante.
Su eternidad: insomne.
Late rotunda.
Yo me siento en Su piedra.
Coloco una mano sobre otra.
Cierro los ojos.
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