En mitad de la explanada fueron a encontrarse.
Se veían desde lejos, Se sentían y Se esperaban.
A medida que iban acercándoSe, Su corazón se aceleraba y Su paso se ralentizaba. Tal vez por miedo, tal vez por el deseo de atrapar el momento, tal vez por la falsa impresión compartida de vivir la intensidad a cámara lenta. Lo cierto es que cada Uno se prendía de los ojos del Otro, y lloraban de emoción y el radiante Sol que bañaba el momento, amén de la omisión de parpadeo de Ambos.
Ella Le vio tropezar. Contuvo la respiración al presenciar Su caída y se llevó las dos manos al pecho, al lugar del que colgaban siempre Sus colgantes, a la explanada alojada en Su pecho. No alcanzaba a verLe, la maleza Le ocultaba y no observaba movimiento alguno... ¿Dónde estaba, estaría bien? Pero Él asomó la cabeza, como un niño, entre los tallos de hierba seca, con la sonrisa pícara de cuando las cosquillas. Ella frunció el ceño, luego rió, luego corrió hacia Él.
Pasaban rápido los metros bajo Sus pies, los accidentes del terreno, los latigazos de cada espina en azotando cada pierna y alguna que otra muñeca. Muy rápido, muy muy rápido. A punto de llegar, ya estaba cerca y el reencuentro era inminente, pero, al igual que en los sueños, a cada paso, aparecía, como de la nada, una mayor distancia para llegar a Ella.
Apenas quedaban tres metros cuando Ella se dobló por la mitad. Clavada, como una estaca, dolorida y en pleno ardor llevó Su mano al muslo, y comenzó a caer...
Aterrorizado, Él saltó aún más de lo que había saltado en la clase de gimnasia de tercero, cuando el profesor había puesto un potro y un "plinton" seguidos y había amenazado con suspender el curso a cualquiera que no lograra superarlos. Saltó, como decíamos, alargó sus brazos hacia Ella, sintiéndose volar en el aire, y sintiéndose volar en la vida cuando por fin Sus dedos La acariciaron, primero el cabello alborotado, después los brazos, el cuerpo...
Ambos se desplomaron, Ella en los brazos de El, doloridos, fatigados, escapados de las mutuas ausencias, de las alegrías no compartidas y los dolores telefónicos silenciados, escapados de las ajenidades que siempre hablan y hablan sin parar, de todo lo que no fuese aquél mundo de Ellos bajo el Sol veraniego en la explanada de espigas.
Volvían Su casa.
Se veían desde lejos, Se sentían y Se esperaban.
A medida que iban acercándoSe, Su corazón se aceleraba y Su paso se ralentizaba. Tal vez por miedo, tal vez por el deseo de atrapar el momento, tal vez por la falsa impresión compartida de vivir la intensidad a cámara lenta. Lo cierto es que cada Uno se prendía de los ojos del Otro, y lloraban de emoción y el radiante Sol que bañaba el momento, amén de la omisión de parpadeo de Ambos.
Ella Le vio tropezar. Contuvo la respiración al presenciar Su caída y se llevó las dos manos al pecho, al lugar del que colgaban siempre Sus colgantes, a la explanada alojada en Su pecho. No alcanzaba a verLe, la maleza Le ocultaba y no observaba movimiento alguno... ¿Dónde estaba, estaría bien? Pero Él asomó la cabeza, como un niño, entre los tallos de hierba seca, con la sonrisa pícara de cuando las cosquillas. Ella frunció el ceño, luego rió, luego corrió hacia Él.
Pasaban rápido los metros bajo Sus pies, los accidentes del terreno, los latigazos de cada espina en azotando cada pierna y alguna que otra muñeca. Muy rápido, muy muy rápido. A punto de llegar, ya estaba cerca y el reencuentro era inminente, pero, al igual que en los sueños, a cada paso, aparecía, como de la nada, una mayor distancia para llegar a Ella.
Apenas quedaban tres metros cuando Ella se dobló por la mitad. Clavada, como una estaca, dolorida y en pleno ardor llevó Su mano al muslo, y comenzó a caer...
Aterrorizado, Él saltó aún más de lo que había saltado en la clase de gimnasia de tercero, cuando el profesor había puesto un potro y un "plinton" seguidos y había amenazado con suspender el curso a cualquiera que no lograra superarlos. Saltó, como decíamos, alargó sus brazos hacia Ella, sintiéndose volar en el aire, y sintiéndose volar en la vida cuando por fin Sus dedos La acariciaron, primero el cabello alborotado, después los brazos, el cuerpo...
Ambos se desplomaron, Ella en los brazos de El, doloridos, fatigados, escapados de las mutuas ausencias, de las alegrías no compartidas y los dolores telefónicos silenciados, escapados de las ajenidades que siempre hablan y hablan sin parar, de todo lo que no fuese aquél mundo de Ellos bajo el Sol veraniego en la explanada de espigas.
Volvían Su casa.
1 comentarios:
Precioso.
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