Si llego a treinta y cuatro
me creeré mayor,
me evaluaré,
cuestionaré si acaso antaño fui mejor,
y si por ventura las hadas hicieron su labor.
Para cuando tenga treinta y cuatro
las arrugas abrirán mis ojos.
Veré al fin las palabras por dentro,
sabré leer la voz,
tocar tu aliento,
saborear la exquisita elegancia
de la curva en movimiento,
del danzar del girasol,
del volar de los sombreros,
del romper de las ideas,
y las ciudades desde lejos,
cuando partes sin maletas,
esquiva de los miedos,
ignorante de las metas,
segura de tu cuello,
el único que vuelve
cuando te estás yendo.
Cuando acaben los treinta y tres
desvelaré las azules montañas del verano,
desbordaré lágrimas de hielo,
y olvidaré tu piel.
Hablaré de música sin cantar una nota,
pintaré indeleble el aire,
y sabré al fin a quién carajo votas.
Cuando sea mayor que el profeta
encontraré la mirada que perdió la dama
cuando se le pidió un sincero posado
y miró hacia sí,
apostada en su noble alma,
perfumando violetas,
sosteniendo su moño,
Si no consigo todo esto,
aún habiendo treinta y cuatro abriles,
sabré que no estoy lista,
ni ducha, ni hecha,
ni lista, ni necia,
sino hambrienta,
agradecida,
ávida de vida,
arrojada, pero a salvo,
porque guardé las joyas
que perpetuas quedaron escondidas.
me creeré mayor,
me evaluaré,
cuestionaré si acaso antaño fui mejor,
y si por ventura las hadas hicieron su labor.
Para cuando tenga treinta y cuatro
las arrugas abrirán mis ojos.
Veré al fin las palabras por dentro,
sabré leer la voz,
tocar tu aliento,
saborear la exquisita elegancia
de la curva en movimiento,
del danzar del girasol,
del volar de los sombreros,
del romper de las ideas,
y las ciudades desde lejos,
cuando partes sin maletas,
esquiva de los miedos,
ignorante de las metas,
segura de tu cuello,
el único que vuelve
cuando te estás yendo.
Cuando acaben los treinta y tres
desvelaré las azules montañas del verano,
desbordaré lágrimas de hielo,
y olvidaré tu piel.
Hablaré de música sin cantar una nota,
pintaré indeleble el aire,
y sabré al fin a quién carajo votas.
Cuando sea mayor que el profeta
encontraré la mirada que perdió la dama
cuando se le pidió un sincero posado
y miró hacia sí,
apostada en su noble alma,
perfumando violetas,
sosteniendo su moño,
mudando en ella,
cantando en silencio,
provocando en él la plácida calma
del loco amor bullendo. Si no consigo todo esto,
aún habiendo treinta y cuatro abriles,
sabré que no estoy lista,
ni ducha, ni hecha,
ni lista, ni necia,
sino hambrienta,
agradecida,
ávida de vida,
arrojada, pero a salvo,
porque guardé las joyas
que perpetuas quedaron escondidas.
1 comentarios:
FELICIDADES. También por el poema.
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