-Tiene el turno la acusación.
-Con la venia, Señor. Para interesar se ratifiquen los hechos aportados por esta parte y llamar como testigo a Dª Helena, hija de los cónyuges aquí litigantes.
-Hágala llamar, agente -responde el Juez. -¿Es usted Dª Helena?
-Sí señor.
-¿Sabe usted que actúa aquí como testigo y que deberá responder a lo que se le pregunte con veracidad, que el falso testimonio se encuentra penado como delito por nuestro Código Penal?
-Sí señor.
-Muy bien, tiene el turno de preguntas la acusación.
-Con la venia, Señor, -comienza la abogada de la acusación- ¿Es cierto que usted no habla con su padre?
-Sí, señora.
-¿Es acaso cierto que usted no saluda a su padre por la calle?
-Sí, señora. Él tampoco a mí...
-¿Es también cierto que su padre paga religiosamente todo aquéllo que se estipuló y ratificó mediante Juzgado en el convenio regulador se separación?
-Bueno...la verdad es que yo no...
-¿Es cierto o no?
-No, no es cierto, si no, no estaríamos en este procedimiento.
-...ejem... Usted se dejó de hablar con su padre en Julio de 2010, ¿no es así?
-Sí, es cierto.
-¿Y ha hecho usted algún intento por remediar esta situación?
-Bueno, es que me ha echado de su casa dos veces... me ha pedido que me quite su apellido, me ha asegurado que deseaba gastarse todo su dinero en juicios antes que abonarme cualquier gasto ordinario o extraordinario... yo... nunca quiere contarme nada de su vida, me ha intentado pegar...
-O sea que no lo ha intentado...
-Bueno, si me permite, puedo explicarle...
-Sí sí, por supuesto, nos encontramos aquí para que usted explique.
-Bueno...me enviaron un día el recibo devuelto del Máster que estaba cursando. Lo cierto es que ese Máster debía pagármelo él por ley, pero me dijeron en el banco que se había eliminado esta domiciliación.
Le llamé por teléfono y me comentó que no me lo iba a pagar de ninguna manera, lo hubiese dicho su Señoría o no. Fue entonces cuando decidí hablarlo en persona con él.
Me dirigí a su oficina, pero ya se había ido. Recorrí los bares de alrededor, puesto que al salir de la oficina acostumbra a frecuentarlos, pero tampoco estaba allí. Finalmente fui a la que antes era mi casa.
Digo "era" porque hacía varios meses que había cambiado la cerradura para que no entrase, a pesar de que yo tenía un cuarto propio en ella, y que en el convenio se explicitaba mi libre derecho a acceder a esa casa y a la de mi madre.
Le esperé delante del portal y me hizo pasar a su casa. Le dije que me tenía que pagar el Máster, que era lo que había establecido el Juez. Él me repitió lo mismo que por teléfono. Yo insistí pero no deseaba ceder en este aspecto.
Finalmente fui a mi cuarto, pues aún tenía algunos enseres de alto valor sentimental que no había podido coger, y presentía que esa sería la última ocasión en que podría tener acceso a ellos: un oso de peluche, joyas de baratija, unos bongos...
Al abrir un altillo en mi cuarto, la puerta comenzó a desprenderse, pues la visagra se encontraba estropeada desde hacía tiempo, y yo lo había olvidado durante el acaloramiento de la discusión. Él comenzó a afrentarme, acusándome de estar destrozando el mobiliario de su casa, y exigiéndome que me fuese de ella. Yo le respondí que ésa era también mi casa y que no me iría, a pesar de que en absoluto veía un clima familiar propicio para permanecer en ella mucho más.
Me senté en la cama dispuesta a no moverme hasta decidirlo yo.
Fue entonces cuando me enseñó el móvil, me aseguró que estaba llamando a la policía para echarme de esa casa. Yo le rogué encarecidamente que lo hiciera, y le prometí que prefería mil veces que me echase la policía de aquella casa que mi propio padre. No continuó con la llamada. Tal vez por evitar escándalos, tal vez porque sabía que yo tenía derecho a estar en aquella casa.
Lo siguiente que ocurrió fue que comencé a llorar. Lo cierto es que llegado ese punto era incapaz de frenar las lágrimas y mantener la compostura. Le toqué el brazo, le dije que le quería y le pregunté si no tenía sangre en las venas, si no veía que me estaba destrozando, que estaba necesitando apoyo psicológico por el trato que me estaba dando.
Él me respondió que todo ese sufrimiento me estaba bien empleado, por ser una mala hija.
Se marchó al salón, y yo aguanté paralizada en mi cama durante unos veinte minutos, esperando a que se me disipase el lloro.
Esa fue la última vez que mi padre me dirigió la palabra.
-...
-¿Tiene más preguntas la acusación?