Vagueando y divagando

Me dijeron: "Escribes de forma muy redicha". Por ello probé a expresarme de manera clara y precisa.
Después me dijeron: "Escribes para los demás". Por ello traté de dar rienda suelta a mis pensamientos sin interesarme por si éstos eran o no leídos.
Más adelante me dijeron: "Parece que escribes de manera febril". Entonces pensé: "Menos mal que es cierto, llevo tres semanas enferma y por fin creo que escribo de manera coherente a mi situación". Efectivamente, la soledad, el miedo, la congoja de que el cuerpo se encuentre maltrecho, la incertidumbre de saber si cuando vuelva al mundo real, después de una larga enfermedad seré capaz de afrontarlo con entereza, hacen que mi enfermedad física se traslade a mis palabras aquí expuestas.
Por eso pienso que hay que tener un componente de enfermedad, de desvío mental que ilumine otras zonas boscosas y obscuras por las que antes no había transitado. Ello supone que los momentos de mayor lucidez en la escritura no han coincidido para mí con los de mayor consciencia de la realidad.
Entonces pensemos. Todos esos días en los que acudimos como autómatas al trabajo, en que tecleamos sin parar los informes, en que hacemos la compra, la colada, recogemos la correspondencia, revisamos nuestras cuentas, y vuelta a darle réplicas a un jefe indigesto, y de nuevo a pensar cuándo tendremos tiempo para hacer la plancha... Todo ese tiempo, ¿tal vez nos desvía de nuestras fiebres creativas? ¿Acaso la rutina mata la espontaneidad? Y en ese caso... ¿deberíamos sin más dejar de trabajar, de cumplir con nuestras rutinas vitales y convertirnos en bohemios eternamente creadores?. ¿Quién pagará entonces mi cuenta de Inet? ¿Y el mantenimiento de este ordenador, de la silla en que me siento, de la calefacción...? ¿Tal vez podría pagarlo a base de escritos reveladores y clarividentes que hagan que la gente acuda en masa a pagar dinero por leerlos? Podría entonces vivir de ello, lucrarme con la creatividad, sin duda sería un arte noble.
Sin embargo, la creatividad no es a demanda, no es una rutina. Desde luego requiere esfuerzo, y horas de dedicación...pero no puedo realizar un conjuro tras el cual acudan las musas al rescate. La prueba es que he tardado muchísimo tiempo y he necesitado una enfermedad para ponerme a escribir de nuevo.
Entonces, señores...¿cuál es la solución? Lo que seguramente cualquier escritor diría: vivir tu vida, lo mejor posible, con las menores preocupaciones posibles por causa del dinero, con el mayor elenco de experiencias vividas posibles... pero siempre con una libreta en la mano para anotar las Maravillas que se nos ocurran.

Lo siento, Candela

Lo sé: me he comportado como una superficial. Lo siento, Candela, me he fiado de las apariencias. Yo pensaba que lo que nos mostrabas a mi y a todos tus espectadores, era lo que en el fondo albergabas. Siempre pensé que eras la típica que va de frente, la que dice lo que piensa, una persona a la que nunca se podría levantar ningún escándalo.

Ciertamente me he comportado como una frívola. Tu melena y tus árboles no me han dejado ver ese bosque oscuro y fangoso lleno de cardos muertos flotando en la superficie. Era por eso que no te comprendía... ¿Cómo no me di cuenta? Yo pensaba que querías ser para mí esa persona de la que siempre podría esperar un abrazo sincero en un funeral, o un juramento de lealtad eterna antes de cada viaje transoceánico. Lo siento, no supe comprenderte, te prejuzgué...

Ahora me lamento por las esquinas rallando y haciendo sangrar mis muñones contra el ladrillo visto de cada callejón, preguntándome si algún día volverás a mí, con esa piel de cordero, a coquetear con cada potencial amor que me importe. ¿Sabes? Echo de menos esos momentos en que nada me hacía dudar de tu palabra, en que los rumores resbalaban sobre mi piel recién impregnada de aceite corporal. Aquello... no era verdad, y tú te sentiste incomprendida.

Por favor, perdóname... ¡Quiero cambiar! Te prometo que no volveré a fiarme de tu cálida voz prometiéndome que estarás ahí siempre para mí, que no me traicionarás ni venderás mi número de teléfono a los psicópatas que te encuentres por la calle. A partir de hoy comprobaré en persona todo aquello que me asegures que es cierto y descubriré de qué graciosa manera has conseguido vilipendiar mi confianza esta vez.

No volveré a juzgarte por las apariencias, Candela, a partir de hoy haré caso de lo profunda que eres y del abismo de mezquindad que alimenta tus acciones. Pero te pido un favor: ayúdame, procura que escarmiente con cada treta que me apliques, porque si no volveré a recaer y a creer que eres íntegra... y no quiero, porque ya he sufrido demasiado la última vez.

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