Desde arriba todo era silencio, no oíamos las miserias de los que discutían a pie de calle, eran todos tan pequeños, y las palomas volaban tan unidas... Tan elevados estábamos que ya no cabía el vértigo, no teníamos miedo de ser atraídos por el vacío, sino más bien ansiosos por convertirnos en proyectiles directos e infinitos. Ir hacia abajo tan sólo sería una consecuencia.
En la altura los secretos se convertían en bloques, todos brotaban al unísono y podíamos contárnoslos en serie, como uvas de un racimo. Te he pensado. Te he mirado cuando te creías solo. Te he añorado más de lo que te confesé ayer. Te he odiado por no adivinar lo que ahora mismo pienso. Pienso que eres... no, aún no, no estamos suficientemente altos. Vamos a subir más escalones. Allí te lo digo.
Quién me iba a decir que subir era tan bueno para el corazón. El viento te obliga a respirar y vivir a la fuerza, mantiene los desvelos alerta, nos hace pender sólo de nuestra voluntad, porque allá arriba no tiene sentido la gravedad. Si quiero estar, estoy más. Si quiero caer, caigo más. Si quiero hablar, te miro. Si quiero tocar, espero a que la brisa me traiga tu pelo a la cara. Allá arriba no hay frío, hay vida recorriendo la epidermis y soliviantando el vello. Allá arriba lo hice. Lo hice. Lo hice. Lo hice. Lo hice. Lo hice. Allá arriba me dejé caer sobre los empeines, grité hasta darme la vuelta de dentro afuera, allí arriba... volví a recibir el eterno alivio, la sanadora verdad de saberme solo.
Menos mal que aún así estás.
En la altura los secretos se convertían en bloques, todos brotaban al unísono y podíamos contárnoslos en serie, como uvas de un racimo. Te he pensado. Te he mirado cuando te creías solo. Te he añorado más de lo que te confesé ayer. Te he odiado por no adivinar lo que ahora mismo pienso. Pienso que eres... no, aún no, no estamos suficientemente altos. Vamos a subir más escalones. Allí te lo digo.
Quién me iba a decir que subir era tan bueno para el corazón. El viento te obliga a respirar y vivir a la fuerza, mantiene los desvelos alerta, nos hace pender sólo de nuestra voluntad, porque allá arriba no tiene sentido la gravedad. Si quiero estar, estoy más. Si quiero caer, caigo más. Si quiero hablar, te miro. Si quiero tocar, espero a que la brisa me traiga tu pelo a la cara. Allá arriba no hay frío, hay vida recorriendo la epidermis y soliviantando el vello. Allá arriba lo hice. Lo hice. Lo hice. Lo hice. Lo hice. Lo hice. Allá arriba me dejé caer sobre los empeines, grité hasta darme la vuelta de dentro afuera, allí arriba... volví a recibir el eterno alivio, la sanadora verdad de saberme solo.
Menos mal que aún así estás.