Los que dicen que no moriremos

Agarrado al poste, atravieso con picudas pupilas los párpados que se entreabren, aprieto los dientes, a veces no encajan, y noto cómo se desprenden los cabellos, cómo azotan materiales que se graban en mi piel, y pasan los segundos, las ráfagas y los escupitajos de hiel. El prójimo mira y consiente, se añade a la barbarie. 

Malparimos, vociferamos mientras obramos en contra de nuestros deseos y finalmente cosechamos miseria, mediocres cocientes que resultan de dividir nuestra desidia por la mitad de las ganas que tenemos de matar a nuestros freudianos padres. Pero no hay agallas, ni branquias, ni siquiera unas aletas fuertes que nos permitan salir del marasmo de esta pesadilla acosadora. Mientras nos aferramos al último clavo ardiente, el que se nos clavó en el ombligo y aún creemos que nos puede ayudar. Lo único que conseguimos es doblarnos sobre nuestro propio eje, y dar vueltas, pretendiendo ser tan inocentes como el perro que se busca la cola. 

Al menos el perro sabe cuándo reparte sus excrementos por ahí. Nosotros tiramos la mierda y escondemos la mano, miramos hacia otro lado, fingimos y echamos la chapa del chiringuito. Ya otros tirarán lo que ha de ser nuestro, los residuos de la miseria que nos sobra. Nos daremos la vuelta, levantaremos nuestra barbilla y seguiremos fingiendo estar en la brecha de la virtud. Porque cerramos el pasado con la espalda, aunque la espalda esté mancillada, si no nos la vemos, no importa. 

Avancemos, demos otro giro a la Tierra, busquemos una nueva Luna, que ésta se nos ha acabado y empieza a tener demasiados poemas a su nombre. Se me hace como la mujer que veo todas las noches en los mismos bares, que habla con todos y no se queda con nadie, ya me sé su nombre y sus peculiaridades, ya me sé sus tatuajes y sus modelitos... siguiente, ésta me aburre. Así se nos hace la Luna. Se nos hace poco divertida, se me han acabado los cráteres para ponerles nombres de personas cuyo nombre no es el mío. 

Busquemos a otras personas, otra Madre y otro Diablo, tal vez encontremos la nueva combinación de protagonistas que nos demuestren que aún le queda mucho a los historiadores por interpretar, muchas tesis doctorales sobre nosotros mismos y nuestro ombligo, el pozo sin fondo, el que nunca se llena, el que da para escribir 800 páginas en 6 años, que luego debo recortar porque una tesis en realidad no debe ser de más de 300 páginas, lo han dicho los señores de barba blanca y gafas que se reúnen con con miniportátiles y dietas por kilometraje. Ea pues, a partir de ahora la historia debe escribirse en menos tiempo, seamos más sencillos, más fáciles de identificar y con menos proezas que narrar... pero muy efectistas. Que las ideas, queridos todos, tienen que ser escuetas, catalogables, debemos poder ordenarlas alfabéticamente y traducirlas a un código binario lleno de ceros y unos para que todo el mundo se pueda enviar nuestras vivencias por bluetooth cuando muramos. 

Cuando muera el epitafio no lo escribiré yo, no. Un señor con toga y puñetas habrá dictaminado que no estaba en plenitud de mis facultades cuando escribí la presente. Debido a eso, en mi epitafio no pondrá "Vive mientras puedas, haz vivir, vive honestamente contigo, que no te quiten la paz, vive la paz". 

No, ya os lo anuncio: en mi epitafio, lamentablemente, habrá un código bidi para descargarse el link de mi biografía, autografiada ésta  mediante firma digital y un lamentable politono imitando un nocturno de Chopin, con el que mirar hacia la puesta de Sol, sobre la que se recorte la Peña de Francia...todo ello en 3D, claro. 

Ése es ahora el concepto de la inmortalidad. 


Nota: "bidi" no está en el diccionario. Inmortalidad sí. 

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