
Sólo nosotros, los que vivimos la Ciudad de Piedra en época de ausencias estivales, sólo nosotros, digo, conocemos sus más íntimos secretos y la gigantesca dimensión que alcanzan.
La Ciudad se nos muestra desnuda, porque así ha quedado con la marcha del estudiante. Ella le ha acogido, le ha acompañado, le ha susurrado bellezas y le ha mostrado el río. La Ciudad ha amado a tantos licenciados Vidriera que ya no desea llevar la cuenta, y prefiere sentir que todos son el número uno.
Esta Ciudad non praestat lo que cada uno no desea ser, pero se engalana cada septiembre para recibir a todos los célebres talentos que aún estar por conocerse a sí mismos.
Pero en agosto,... ¡Ay, en agosto! No habrás visto jamás, una Ciudad más dolorida, lánguida y hermosa, deseando desplegar sus conjuros de amor, en dulce espera, en anual estado de paciencia y expectación. Esta gigantesca Penélope de piedra ha deshecho todas sus torres de arena, grano a grano, para volver a construirse a los ojos del pupilo, de la sabiduría no nata, de la pasión centrífuga, de todos los lazarillos que guiarán al mundo, de todas las ciencias de esta vida y de la otra, de todas las letras que vuelan hacia su aire florecido, a la espera de que un vocacional poeta las vuelva a sublimar en verso, al amor de la Verdad, de la vida y como testimonio de la eternidad.
Los que aquí quedamos, tenemos la responsabilidad y el honor de estar a la altura. Debemos pasear esta Ciudad de Piedra que se encuentra en capilla para recibir a su amado estudiante. Debemos admirarla por ella misma, porque sólo ahora está desnuda y se muestra más bella que nunca para nosotros, los que la amamos desde que nacimos y cada día, incluso los de agosto.
"Salamanca que enhechiza la voluntad de volver a ella a todos los que de la apacibilidad de su vivienda han gustado".
El secreto de este hechizo sólo se ve en agosto. Y yo lo vi.
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